sábado, 26 de marzo de 2011

Ella solo ella...

Ella buscaba algo, algo con lo que identificarse, algo que pudiera poner sentido a su vida, algo que la ayudara a seguir, a encontrarse a sí misma, y lo tenía claro; un árbol, ella buscaba un árbol, ese curioso árbol que te encuentras casualmente cuando lo único que tienes por delante es una interminable carretera. Lo quería. Deseaba con todas sus fuerzas ese maldito árbol. Soñaba con él; creía que era lo único que podría consolarla. Soñaba con ella misma, y su propio árbol, solos, juntos en medio de lo más simple y complejo a la vez; la nada. Eran exactamente idénticos, eran dos almas gemelas, como dos gotas de agua. Siempre a contracorriente, siempre con otro sentido, otra dirección, otro pensamiento. Se sentían diferentes, y , de hecho, le encantaba.
Era un frío día de invierno, de estos que te sorprenden por la mañana, cuando al despertarte, el escalofrío que te recorre el cuerpo anuncia un nuevo día. Una única nube surcaba el cielo de la forma más extravagante posible, lo vio, era corta las distancia entre ellos y corrió hacia él como un niño corre hacia su madre. En ese momento era lo que más quería. Sentía como poco a poco el vacío que sentía en su interior se iba rellenando y al fin.. ¡Saltaron! Saltaron lágrimas de victoria, lágrimas de felicidad. Al fin se sentía completa y, bajo los brazos de aquel tremendo árbol, bajo su cálida protección permaneció hasta que fue vencida por el cansancio y sus párpados cayeron; era el comienzo de una nueva vida. 

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